EL MIEDO DE LOS PECADORES
-Jesús, ¿son muy elevados los designios de nuestro Padre Dios?
-Hijo, yo digo: “¡Qué elevados son sus designios de nuestro Padre Dios, y cuán difíciles de entender!”
-Jesús, los que no conocen los deseos de nuestro Padre celestial andan extraviados.
-Hijo, los que no conocen los designios de nuestro Padre celestial andan extraviados.
-Jesús, los impíos no pueden vencer a los amigos de Dios.
-Hijo, los impíos pensaban someter bajo su poder a la nación santa: pero se encontraron cautivos, prisioneros de una larga noche, encerrados bajo sus propios techos, desterrados lejos de su infalible protección.
-Jesús, los pecadores tratan de esconderse.
-Hijo, los pecadores pensaban esconderse junto con sus pecados bajo el velo del olvido, pero fueron dispersados, sometidos a terribles horrores, aterrorizados por fantasmas.
-Jesús, aunque los pecadores se escondan siguen teniendo miedo.
-Hijo, los escondrijos donde se refugiaron los hombres pecadores no los libraron del miedo: ruidos espantosos resonaban a su derredor, y se les aparecían espectros pálidos, de rasgos lúgubres.
-Jesús, los pecadores andan siempre a oscuras.
-Hijo, a los hombres pecadores ningún fuego podía alumbrarles, y el brillante resplandor de las estrellas no se atrevía a traspasar esa sombría noche. La única cosa que podían ver era un fuego terrible que no se extinguía; y cuando esa visión había ya desaparecido, en su terror recordaban con exageración lo que habían visto.
-Jesús, no le sirve al pecador disimular sus pecados.
-Hijo, las artimañas de la magia de los hombres pecadores no sirvieron para nada, y su pretendida sabiduría recibió un tajante desmentido, porque aquellos que se jactaban de sanar a los espíritus de sus perturbaciones y de sus temores, eran presa de un miedo ridículo.
-Jesús, los pecadores andan siempre asustados.
-Hijo, aunque no hubiera nada que temer, el simple paso de un animal o el silbido de una serpiente bastaba para aterrorizarlos; se morían en convulsiones de miedo, no atreviéndose a mirar ese aire que nos rodea y del cual nadie podría huir.
-Jesús, el pecado es cobarde.
-Hijo, la maldad es miedosa: se condena a sí misma. Perseguida por su conciencia, espera siempre lo peor.
-Jesús, ¿Qué es el miedo?
-Hijo, tener miedo es simplemente renunciar a la ayuda de la razón; es no usar la cabeza. Mientras menos se cuenta con esa ayuda interior de la razón, más aumenta la causa desconocida de sus temores.
-Jesús, ¿de dónde nace la noche del miedo?
-Hijo, esa noche del miedo había surgido de un mundo infernal, mundo de la impotencia; se había apoderado de ellos durante el sueño y los mantenía en la impotencia.
-Jesús, los pecadores se imaginan fantasmas que los atacan.
-Hijo, a lo largo de toda esa noche oscura, se veían perseguidos por espectros y permanecían clavados en su sitio: un miedo horrible y súbito los embargaba. Cada uno permanecía donde había caído, inmovilizado en esa prisión sin grillos.
-Jesús, el miedo no hace distinción de personas.
-Hijo, así fuera un hombre labrador, pastor o trabajador solitario, cada uno había sido tomado de improviso, sin poder resistir al miedo; una misma oscuridad los tenía a todos encadenados.
-Jesús, al pecador cualquier sonido le asusta.
-Hijo, todo sonido los llenaba de terror y los paralizaba: el murmullo de la brisa, el gorjeo de un pajarito entre las ramas, o el ruido regular de una cascada, o el estruendo de un desmoronamiento de piedras en una pendiente, o la carrera invisible de animales saltando, o aún el aullido de las fieras salvajes y el eco retumbante en las gargantas de las montañas.
-Jesús, en cambio el que no tiene pecado nada teme.
-Hijo, el resto del mundo disfrutaba de una brillante luz sin que nada le impidiera realizar sus trabajos; en cambio sobre los hombres pecadores pesaba una abrumadora noche, imagen de las tinieblas que les tocarían en suerte un día: ¿no eran en sí mismos más pesados que las misma tinieblas?