CONSIDERACIONES ESPIRITUALES
Leo J. Mart.
Te participo de estas Consideraciones espirituales que encontré entre los archivos de mi correo, son 10 hojas, las puedes leer todas de una vez y te tomarán 10 minutos. Te pueden servir. La verdad es que al volverlas a leer después de muchos años, cuando mi mente estaba lúcida, las he encontrado de gran interés, y le doy gracias a Dios por dictarme estas luces nuevas para iluminar tu mente y la mía.
Dios te bendiga, León
CONSIDERACIONES ESPIRITUALES
1. Sobre la Virgen María
2. El verbo se hizo carne
3. Santidad en el mundo
4. Sobre la obediencia
1. SOBRE LA VIRGEN MARÍA
Sacerdote es quien ofrece sacrificios a Dios. Cristo ofreció a su Padre el sacrificio de hacer la Santa Voluntad y no la suya.
El sacerdote ministerial tiene el poder privilegiado de ofrecer al Padre Dios el mismo sacrificio de Cristo, y de convertir con sus palabras, la harina material en el Cuerpo Santo de Cristo, y el vino en la misma Sangre que Cristo derramó en la Cruz.
Tiene además el sacerdote ministerial el poder de conferir los Santos Sacramentos, cosas misteriosas, que transmiten el poder de la gracia santificante que Cristo nos dejó en la Cruz.
Si sacerdote es quien ofrece sacrificios a Dios, también es sacerdote quien ofrece a Dios el sacrificio de su propia vida a través de la obediencia a su Santa Voluntad; este es el sacerdocio real, al cual estamos llamados, por el bautismo, todos los hombres y mujeres que han recibido este sacramento.
Por eso podemos concluir: ¿Quién puede ser más sacerdote de Cristo, que María? María con su <Fiat> obediente, < hágase> hizo de su vientre un cáliz para que de su sangre saliera la Sangre de Cristo y de su carne pudiera tomar vida la Carne de Jesús.
El sacerdote ofrece el Cuerpo y la Sangre de Cristo a Dios, eso hizo María: ofreció al Padre Dios el precioso Cuerpo de su Hijo, destrozado por la crueldad de los hombres pecadores.
María aceptó que su Hijo amado derramara su Sangre en la Cruz en expiación por los pecados de todos los hombres de todas las épocas. ¿Será poca función sacerdotal la de María?
Si Cristo es el Sumo Sacerdote, María, ejerció al lado de su Hijo la máxima misión sacerdotal: ofrecer al Padre Dios un sacrificio agradable: el de su propio Hijo.
Si del Padre Dios se dice que “amó tanto a los hombres que entregó a su Hijo” (Jn 3,15), de María podemos concluir lo mismo: tanto amó María al Padre Dios que le entregó a su Hijo.
El sacerdote al pronunciar las palabras de la consagración, tiene el poder de hacer bajar a Cristo a la mesa del sacrificio del altar. María también tuvo el poder de hacer bajar al Verbo Eterno a su vientre sagrado, al pronunciar las palabras que consagraron la carne en Dios: “Hágase en mí según tu palabra”. Y con estas palabras de María el Verbo se hizo Carne, para que la carne humana se hiciera Dios.
Que hermosas palabras de consagración a Dios nos enseñó María: “Hágase en mí según tu palabra”; la formula de consagración de María es semejante a las Palabras de su Hijo: “Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya”.
María confeccionó en su vientre el Sacramento de los sacramentos: Cristo, la misma gracia y al Hacedor de ella; porque de Cristo procede toda gracia.
El sacerdote administra los sacramentos, los cuales trasmiten todas las gracias de Cristo; María administra todas las gracias de su Hijo: esto es auténtica labor sacerdotal.
El sacerdote aunque tiene el poder de hacer el milagro de bajar a Cristo a la tierra, si no es santo como Cristo y María, para nada sirve. Milagro maravilloso es convertir una hoja de harina en el Cuerpo de Cristo y un poco de licor en toda la Sangre de Cristo. María tuvo el poder de hacer que el Verbo también se hiciera Carne y ella se convirtió en otro Cristo, en el mismo Cristo.
¿Quién más que Ella puede decir?: “Ya no soy yo la que vive, es Cristo quien vive en mí”-como lo dijo Pablo-.
El sacerdote guarda a Cristo en el sagrario: María guardó a Cristo en el sagrario de su propio vientre nueve meses y su vientre purísimo quedó lleno de Dios. María fue el primer sagrario de Dios sobre la tierra. María es un sagrario viviente que se mueve por los aires y que porta a Dios.
María es portadora de Dios. El sacramento porta a Dios. María es sacramento portador de Dios.
María, mujer que parecía corriente como un laico más entre los hombres, es ejemplo de la misión sacerdotal para todos los sacerdotes ministeriales, para todos los religiosos, y para todos los laicos.
Los laicos también somos sacerdotes, al estilo de María, porque hemos recibido esta misión en el sacramento del Bautismo: la misión de ofrecer el sacrificio de nuestra vida a Dios, aceptando en cada momento hacer su Santa Voluntad.
No hay ni puede haber una mayor demostración de amor y sacrificio al Padre Dios que la obediencia a su Santa Voluntad, porque como está dicho por el profeta Samuel: “Dios no quiere sacrificios sino obediencia” (I Sam 15, 22).
EL AMOR DE MARÍA
Todas las madres dan su amor; pero María da a su Hijo que es el mismo Amor.
Muchas madres darían su vida por sus hijos, algunas darían su vida por los hijos de otra madre; pero pocas darían la vida de un hijo por salvar la vida de otros; María entregó la vida de su Hijo para salvar a todos.
María demostró ser nuestra Madre al entregar por nosotros a su propio Hijo.
María, igual que nuestro Padre Dios, nos prefirió a nosotros a cambio de su propio Hijo. Si el amor no se prueba con palabras sino con hechos y con obras –como nos lo enseñó Jesús-, María, al igual que el Padre Celestial nos comprobó su amor.
El sacerdote tiene la misión de enseñar a los hombres la Palabra de Dios. La Palabra de Dios se hizo Carne en el vientre de María.
María concibió, por obra del Espíritu Santo, al que es: “Camino, Verdad y Vida. En el seno de María se concibió el Camino que debemos recorrer; la Verdad que debemos creer y la misma Vida que debemos de vivir. María es fuente de vida porque es fuente de gracia.
María dio luz al Camino, claridad a la Verdad, y vida a la Vida.
En el seno de María se concibió la Luz que ilumina las mentes oscuras de las tinieblas del pecado. María es fuente de luz que ilumina la Ciudad. María dio a luz al que es la Luz del mundo.
En el seno de María se concibió la Paz. Métete en el seno de María, en el Sagrario, y hallarás la Paz que el mundo no te puede dar.
El seno de María portó por nueve meses a la misma Mansedumbre y Humildad de corazón, a Jesús. Con la mansedumbre dominarás las tendencias de la carne y las tendencias de los ojos de la tierra; con la humildad te remontarás hasta los cielos.
Del seno de María salió “Aquel” que había de Reinar sobre todas las naciones; metete en el seno de María para que obtengas la corona de la vida.
El hijo que ama a su madre nunca tiene un “no” para con ella; todo lo que le pidas al Hijo por medio de su Madre, María Santísima, te lo concederá.
2. EL VERBO SE HIZO CARNE Y VINO AL MUNDO
Desde que el Verbo de Dios se hizo Carne y vino al mundo, la carne ni el mundo no pueden ser enemigos del hombre.
La carne no es enemiga del alma sino su compañera de camino y su gran aliada, como lo fue al principio, antes del pecado original, cuando cuerpo y alma recorrían armoniosos el camino de la vida santa en este mundo.
El pecado de Adán y Eva convirtió en enemigos a los que inicialmente Dios creó como una sola unidad: cuerpo y espíritu, la persona humana. Pero Cristo vino a restaurarlo todo: “He aquí que hago todo nuevo” (Ap. 21,5).
La carne y el espíritu son los elementos constitutivos de la persona humana. Ambos elementos fueron creados por Dios y al contemplarlos se dio cuenta que “Que todo lo hizo bien” (Gn 1,31).
Dios hizo bueno el cuerpo y santas las funciones que debe cumplir el cuerpo, si las cumple de acuerdo al ordenamiento de Dios.
El cuerpo cumple la función santa de la reproducción humana: “creced y multiplicaos” -ordenó Dios a nuestros primeros padres-.
Fue el hereje de Marción con su movimiento Gnóstico el que comenzó a decir que el cuerpo era malo, lo mismo dijo Manes con su secta maniquea a la cual perteneció San Agustín.
Muchos caminos de espiritualidad tienen un deje de Gnosticismo y un reducto Maniqueo, que los lleva a considerar como pecaminosas las funciones naturales del constitutivo humano corporal.
El cuerpo cumple la santa función del crecimiento. Para crecer necesita alimentarse. Tampoco el alimento y la comida son malos; lo único malo es el extremo. Cristo comía y bebía como todo ser humano normal y con esto nos demostró que no es mala la comida ni alimentar el cuerpo: “nos es malo lo que entra a la boca sino lo que sale de ella” –nos enseñó Jesús-.
El cuerpo se desarrolla y por fin muere temporalmente. No puede ser mala la carne que Dios inicialmente hizo eterna; por el pecado original la carne muere, pero vuelve a revivir gloriosamente al final de los tiempos.
No puede ser mala la carne si Cristo resucitó en Cuerpo y Alma, y de su Carne nos nutrimos en el santo Sacrificio Eucarístico.
Si se dice que la carne es enemiga del hombre, un enemigo mayor es su espíritu, porque del espíritu salen los malos pensamientos, la envidia, la codicia y todos los pecados capitales.
El Verbo Eterno se hizo Carne y la carne humana se convirtió en materia prima de santidad. No son malas las tendencias naturales de la carne, lo que la hace mala son los excesos, la falta de rectitud y de control, fuera del orden que le imprimió el Creador.
Carne es la totalidad de la persona humana. El hombre se santifica desarrollando su personalidad y perfeccionándola.
La santidad es la perfección de la personalidad a semejanza de la personalidad de Cristo. El modelo de Persona perfecta que debemos imitar es Cristo.
Una espiritualidad que anule el desarrollo armonioso de las potencialidades de la persona humana, so pretexto de humildad, es un camino errado. La santidad no anula la naturaleza humana sino que la potencia y desarrolla.
Los santos han sido campeones en personalidad firme y en virtudes, y vivieron las virtudes hasta el ejercicio heroico.
La santidad se ejercita en la materia prima de una fuerte personalidad, constituida por la carne y el espíritu. Una personalidad débil y floja es un campo endeble para edificar el edificio de la santidad.
El primer ejercicio de santidad es poner en orden los cimientos de la casa, de la personalidad, para poder edificar sobre ella todas las demás virtudes de la persona humana.
3. SANTIDAD EN EL MUNDO
<Y habitó entre nosotros> –dice el Evangelio de San Juan-. Dios habitó en el mundo donde viven los hombres normales y corrientes.
Dios habitó en el mundo para que el mundo se hiciera camino de santidad.
No dice el Evangelio que Dios habitó en el desierto, sino en el mundo, en su casa en Nazaret, y desde este momento el mundo y la casa se convirtieron en camino de santidad.
Con insistencia pedía Jesús a nuestro Padre Celestial: “No te pido que los apartes del mundo sino que los apartes del mal” y Jesús les advirtió a los discípulos que su misión era en el mundo: “os envió como ovejas en medio de lobos”, esos lobos estaban ya en el mundo en el cual habían nacido los discípulos, se movían y vivían.
Jesús no invitó a los discípulos a huir de los lobos, sino a enfrentarse con ellos con las armas de la <sagacidad y sencillez>. Y les advirtió que no deberían abrigar temor alguno, <porque Yo vencí al mundo>, porque <Yo estaré con vosotros todos los días>.
La santidad no es un camino para irse sino un camino para quedarse. No es un camino para irse a otro lugar sino para quedarse haciendo frente donde se está.
Nadie se va de santo sino que se propone ser santo donde está, donde Dios lo ha plantado o donde lo quiere poner.
El camino de la santidad no es una senda escapista para huir del mundo, sino una metodología de guerra para enfrentar, en medio del mundo.
El camino de la santidad no es lo que poéticamente dice Fray Luis de León:
Una descansada vida,
porque se huye del mundanal ruido
y se sigue la senda escondida, por donde han ido
los pocos santos que en el mundo han sido.
El camino de santidad, no es propiamente una descansada vida; sino que exige <pasar por muchas tribulaciones para entrar al Reino de los Cielos> –como dice Hch 14,22-.
El camino de la santidad no es <descansada vida>, ni se trata de <huir del mundanal ruido>, ni es una <senda escondida> porque el mundo nos rodea como rodea el agua al pez, ni <los pocos santos que en el mundo ha sido> han salido todos de la vida apartada del mundo.
Si hoy tuviésemos estadísticas del número de los Primeros Cristianos de los primeros trescientos años después de Cristo, que fueron santos en medio del mundo, más los que continuaron siendo santos en medio de mundanal ruido, concluiríamos que ha producido más santos estos tres primeros siglos que los siguientes diecisiete siglos de vida monástica y conventual, aunque es cierto que los conventos han producido también muchos santos y han hecho mucho bien.
El Cristianismo ha perdido mil setecientos años de santidad pensando que el mundo no era un camino de perfección.
Fue San Josemaría Escrivá de Balaguer, quien en 1928 recordó a los hombres que el mundo era camino de santidad, que la santidad no era exclusiva de los sacerdotes y religiosos, y que todos los hombres de la tierra han sido creados por Dios para ser santos. Que el <Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre celestial>, es un mandato de Cristo para todos los bautizados, y no una simple opción.
Lo que San Josemaría recordó, lo confirmó el Concilio Vaticano II, y ahora es doctrina de la Iglesia: la llamada universal a la santidad, cada uno en el estado en que se encuentre.
4. CONSIDERACIONES ACERCA DE LA OBEDIENCIA
Se deja de ser torpe cuando se deja de ser terco. Nadie por sí mismo es capaz de ver lo que otro que está por encima en edad, dignidad y gobierno, o experiencia, puede ver.
Nadie es capaz de soltar por sus propias fuerzas las cadenas de la esclavitud. Es necesario una fuerza superior que rompa esas cadenas y una voz imperativa que le diga: ¡sígueme! ¡Sigue tras de mí a la libertad! Esa es la obediencia.
Nadie, salvo Cristo, es capaz de resucitar estando muerto en el sepulcro. Lázaro necesitó la voz imperativa de Jesús que le dijera:
< ¡Sal fuera!> Esto mismo te dice Cristo ahora a ti: < Sal fuera, huye del pecado¡>
¿Obedecer para qué? obedecer para ser libres. El esclavo no obedece, el esclavo se somete. Sólo el hombre libre puede obedecer. Cristo con su obediencia a la Voluntad de nuestro Padre Celestial nos hizo libres, y nos ganó la libertad de hijos de Dios. Obedecer para salir del sepulcro de la muerte, como lo hizo Lázaro.
Obedecer es confiar en alguien distinto de nosotros. El que solamente confía en sí mismo no puede obedecer. <Más ven cuatro ojos que dos>, dice la Escritura, y agrega: < ¡Ay del solo, del que se cae y no tiene quien lo pare!> Esa persona sola es el que no obedece, y entonces cuando caiga no tendrá nadie que acuda a socorrerlo. Y cuando esté en el sepulcro no tendrá nadie que lo saque fuera.
La obediencia nos levanta cuando estamos caídos, y de ahí en adelante no nos deja más caer. La obediencia nos previene a tiempo de los peligros. La obediencia advierte de la tormenta que se avecina y entonces corremos a resguardarnos <como las palomas en los agujeros de las rocas > –como dice el Cantar de los Cantares
Jesús es el ejemplo de nuestra obediencia. >Jesús obedeció hasta la muerte, y su muerte fue en la Cruz>-dice San Pablo-.
Nuestra obediencia debe ser heroica, como heroica fue la obediencia de Jesús: ¡Muerte de Cruz!
Obedecer cuando entendemos es muy fácil; lo difícil es obedecer cuando no entendemos, es como lazarnos de un avión sin paracaídas, pero sabemos que nuestro Padre Dios nos habrá de recoger con sus omnipotentes manos.
Para obedecer se necesita mucha fe y confianza en Dios.