Cada 24 de septiembre se celebra a la Virgen María bajo la advocación de la Virgen de la Merced, o Virgen de las Mercedes.
El nombre de esta advocación mariana evoca la misericordia infinita de Dios, que nos ha dejado en la persona de María a una auténtica madre, un seguro canal de gracia y una cabal intercesora. No es casualidad que “merced” signifique “misericordia”, “dádiva”, “gracia” y, simultáneamente, “perdón”.
Llamados por María a salvar vidas y a preservar la fe
Los orígenes de esta advocación se remontan al siglo XIII, cuando la Virgen se le apareció a San Pedro Nolasco (1180-1256) para animarlo a la tarea de liberar a los cristianos que habían caído prisioneros en manos de los musulmanes.
Era muy común en aquel tiempo que los llamados “moros” saqueen los pueblos costeros del Mediterráneo para llevarse prisioneros en calidad de esclavos. Generalmente, las víctimas eran cristianos a los que se les trasladaba al norte de África. Allí eran sometidos a trabajos forzados, prisión y maltratos. Sometidos a tan horrenda condición, la mayoría terminaba perdiendo la fe, creyendo que Dios los había abandonado.
Un comerciante de nombre Pedro
Pedro Nolasco, un comerciante nacido en Aquitania (actual Francia) y establecido en Barcelona (España), al ver esta situación en sus viajes, se conmovió y empezó a usar su propio patrimonio para liberar a los cristianos cautivos. Nolasco “compraba esclavos” o los intercambiaba por mercancías, para luego devolverles la libertad.
Cuando se quedó sin recursos, formó grupos de ayuda y asistencia para pedir dinero y así financiar expediciones destinadas a negociar la “redención” de prisioneros. Lamentablemente, lo reunido también se hizo insuficiente
Nolasco, impotente para lograr su cometido, pide a Dios intensamente que le provea la ayuda necesaria. En respuesta a sus ruegos, el 1 de agosto de 1218, sucede un hecho extraordinario: la Virgen María se le aparece y le pide que funde una congregación que se dedique exclusivamente a redimir cautivos.