
DIOS MANDÓ LA LUZ A SU PUEBLO
Jesús habla de la Sabiduría por Leo J. Mart.
-Jesús, mientras los impíos están en la oscuridad, los elegidos de Dios tienen luz.
-Hijo, para los santos, sin embargo, resplandecía la luz. Los egipcios no los veían, pero los oían y pensaban que habían tenido mucha suerte al librarse del pueblo escogido.
-Jesús, los egipcios agradecieron al pueblo escogido el que no se hubiera vengado del mal trato que les dieron ellos.
-Hijo, los egipcios les agradecían a los del pueblo escogido el que no se vengaran después de todo lo que habían sufrido, y los egipcios les pedían perdón.
-Jesús, nuestro Padre Dios mandó su luz sobre su pueblo.
-Hijo, en vez de esa oscuridad de los egipcios, mi Padre Dios le dio a su pueblo una columna de fuego para que los guiara en la noche, en su viaje a la aventura hacia la tierra prometida: su gloriosa migración se iba pues a hacer bajo un sol que no los quemaría, porque les puso una nube que los cubría de día.
-Jesús, en cambio los egipcios no tuvieron luz ni nube.
-Hijo, los egipcios merecieron esa privación de la luz, esas tinieblas que los aprisionaban: ¿no habían ellos acaso retenido cautivos a los hijos escogidos, que debían llevar al mundo la luz inapagable de la Ley de Dios?
-Jesús, los egipcios quisieron matar a los niños recién nacidos del pueblo de Dios.
-Hijo, los egipcios quisieron exterminar a los recién nacidos del pueblo santo; Moisés fue el único que se salvó entre los niños que eran abandonados por mandato del faraón de Egipto.
-Jesús, nuestro Padre Dios hizo perecer al faraón con todo su ejército.
-Hijo, para castigarlos, nuestro Padre Dios hizo perecer a un gran número de ellos, luego los ahogó a todos juntos en el mar impetuoso.
-Jesús, esa noche del paso del Mar Rojo, por parte del pueblo escogido ya había sido anunciada por los profetas.
-Hijo, esa noche había sido anunciada a vuestros padres, para que supieran después valorar sus promesas y depositaran en ellas su confianza.
-Jesús, el pueblo escogido siempre confió en Dios.
-Hijo, el pueblo escogido, aguardaba el momento en que los justos serían salvados y sus enemigos, arruinados; al castigar a sus adversarios nuestro Padre Dios cubrió de gloria a sus elegidos, es decir, a vosotros mismos.
-Jesús, el pueblo escogido ofreció en secreto el sacrificio.
-Hijo, los santos hijos, la raza de los buenos, ofrecieron en secreto el sacrificio agradable a nuestro Padre Dios, y se comprometieron a observar esa Ley divina: el pueblo seguiría siendo solidario tanto en los éxitos como en los peligros; después de lo cual entonaron los cantos de sus padres.
-Jesús, y el pueblo aprovechaba para pedirle a Dios ayuda.
-Hijo, en ese mismo momento de los sacrificios, le hacían eco a nuestro Padre Dios de los clamores confusos de sus enemigos, junto con los gritos lastimeros de los que lloraban a sus hijos.
-Jesús, nuestro Padre Dios castiga igual al pequeño y al grande.
-Hijo, una misma sentencia había castigado al empleado y a su patrón; el hombre del pueblo sufría lo mismo que el rey. Lloraban a sus innumerables muertos, derribados todos por la misma muerte; los vivos no daban abasto para enterrarlos: la flor y nata de esa raza malvada había perecido en un instante.
-Jesús, ¿Cuál fue el pecado de los egipcios?
-Hijo, en primer lugar se habían negado a creer, engañados por sus magos, pero después de la muerte de sus primogénitos reconocieron que el pueblo judío era hijo de Dios.
-Jesús, cuando menos se esperaba, nuestro Padre Dios actuó en contra del pueblo de los egipcios.
-Hijo, cuando todo estaba tranquilo en medio del silencio, y había transcurrido la mitad de la noche, su Palabra omnipotente se lanzó desde lo alto de los cielos, donde está junto a su trono real, y se precipitó como un guerrero furioso sobre el país condenándolo al exterminio.
-Jesús, nuestro Padre Dios se vino furioso contra los egipcios.
-Hijo, nuestro Padre Dios llevaba como espada su irrevocable decisión de destruir a los malvados; tocaba el cielo y pisaba la tierra; cuando golpeaba esparcía la muerte por todas partes.
-Jesús, por castigo de nuestro Padre Dios, el pueblo egipcio entró en gran terror.
-Hijo, los egipcios se sintieron perturbados por apariciones y horribles pesadillas: un terror indecible se apoderó de ellos. Cuando caían agonizando en cualquier parte, sabían decir por qué morían, porque habían sido informados por los sueños que los habían perturbado. No debían sucumbir sin saber por qué tenían que sufrir.
-Jesús, pero muchos hombres del pueblo escogido también murieron en el desierto.
-Hijo, es cierto que los justos también experimentaron la muerte: el flagelo alcanzó a muchos de ellos en el desierto; pero la cólera de nuestro Padre Dios duró por poco tiempo.
-Jesús, ¿por qué duró poco el castigo de nuestro Padre Dios a su pueblo escogido?
-Hijo, porque un hombre intachable (Moisés) tomó inmediatamente su defensa con las armas de su ministerio: la oración y el incienso de los sacrificios expiatorios.
-Jesús, ¿la oración de Moisés frenó la cólera de nuestro Padre Dios?
-Hijo, Moisés frenó la cólera de nuestro Padre Dios, y puso fin a su prueba: vieron entonces que era su servidor.
-Jesús, Moisés le recordó a nuestro Padre Dios las promesas que Él le había hecho a su pueblo escogido.
-Hijo, Moisés puso fin a la ira de nuestro Padre Dios, no con la fuerza física o la eficacia de las armas sino con su palabra: le recordó a nuestro Padre, “Dios Exterminador” las promesas y las alianzas pactadas antiguamente con nuestros padres.
-Jesús, pero fueron mucho los que murieron antes de intervenir Moisés.
-Hijo, cuando Moisés se interpuso, los muertos ya se amontonaban; entonces nuestro Padre Dios puso fin a su cólera y le cerró el camino de su castigo a los vivos.
-Jesús, Moisés llevaba una túnica larga y en ella estaban escritos los nombres de nuestros padres.
-Hijo, todo el mundo estaba representado en la larga túnica de Moisés, en las cuatro hileras de piedras preciosas llevaba los nombres gloriosos de nuestros padres, y en su cabeza la diadema de su majestad.
-Jesús, nuestro Padre Dios al ver a Moisés se arrepintió de destruir a su pueblo.
-Hijo, nuestro Padre Dios al ver a Moisés, el “Dios Exterminador” se arrepintió de exterminar a su pueblo, y tuvo miedo: quedó satisfecho con este anticipo de su cólera.
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